El pasado fin de semana estuvimos celebrando la comunión de Claudia, y la celebración nos dejó gratamente sorprendidos. La mamá de la niña nos demostró con vehemencia que no es necesario realizar un gran gasto para pasar un gran día con una comida espectacular y unos detallitos artesanales en los que la misma niña participó en su elaboración para agasajar a los invitados.
Primero de todo, el lugar elegido fue una pequeña casita de campo propiedad de los abuelos, que dejó un espacio amplio y despejado para poder preparar la celebración. Cuatro mesas, muchas sillas, un toldo para escapar del, a ratos, sofocante sol, y unas pocas guirnaldas decorativas después, el patio parecía otro.
La comida, tratándose de una celebración en la provincia de Valencia, no podía ser otra que una maravillosa paella a cargo de los abuelos, que hizo las delicias de los comensales. Además, la familia paterna, chilena de nacimiento, se encargó de preparar una parrillada de carne que terminó por colmar los estómagos de los invitados.
Pero aún quedaba lo mejor. El postre. Dos tartas luchaban por la atención y el paladar de los invitados. Por un lado, una fabulosa tarta de chuches de color azul, el color favorito de la peque, que fue desnudándose en un lento y delicioso strip-tease a medida que iba perdiendo sus gominolas y una tarta casera de chocolate y galletas que ya quisiera Chicote tener en su recetario.
Los detalles que se dieron a los invitados eran todos artesanales y con materiales reciclados. Una botella de cocacola hábilmente transformada en una bombonera para las mujeres, unas cestitas hechas únicamente de papel trenzado para los hombres, y unos lapiceros fabricados con latas para los niños nos obligaron a aplaudir la maestría de la “mami” (y sus ayudantes) con las manualidades. Quizás otro día le pidamos que nos ayude a enseñaros cómo hacerlos.
Sí que es verdad que echamos de menos algún que otro hinchable y a ser posible acuático para combatir el calor, pero la precaria instalación eléctrica de la caseta no hubiera podido hincharlo, así que otra vez la mami cogió el toro por los cuernos y preparó un divertidísimo juego del “twister” también artesanal del que no pondremos fotos para salvaguardar las dignidades de los jugadores. Simplemente se necesitaron unas cartulinas de colores, unas tijeras, una sábana y pegamento y el twister se convirtió en el rey de la fiesta mientras los otros asistentes preferían dedicar sus energías al baile.
En resumidas cuentas, una magnífica celebración “low-cost” en la que la pequeña Claudia fue la protagonista, pero que absolutamente todos los asistentes disfrutaron desde el primer al último momento.